Trauma 101 (uan.ou.uan)

Probablemente, seguramente mis hijos ya estén «traumados».

Que según el primer link que encontré en mi BFF Google significa: «Trauma proviene de un concepto griego que significa “herida”. Se trata de una lesión física generada por un agente externo o de un golpe emocional que genera un perjuicio persistente en el inconsciente.»

Obviamente ya se traumaron físicamente cuando se partieron la cara en alguna caída.  Hace menos de un mes Mateo parecía miembro de la tripulación de «Star Trek» después de dos trancazos que se puso consecutivamente en la frente con un chichón del tamaño del Everest.

Pero el «golpe emocional» es la pesadilla parental y no me lo pueden negar.

Por lo menos yo, un par de veces a la semana, me voy a dormir pensando en todo lo que hice pésimo como mamá y en las posibles implicaciones psicológicas que mis tremendas acciones podrían traer a mis hijos:  «Le dije que apestaba a chivo y que se fuera a bañar»; «¡Ohh no! Le grité y le dije que se callara» (Que venga ya el DIF y me los quite); «Le dije que ya por favor me dejara dormir»… Y me duermo pensando en todo lo que les dije y les dejé de decir.  Es un hecho, mis hijos están traumados.  (Eso sin contar que sólo les di pecho por 2 meses y que nacieron por cesárea, cosa que ya de inicio es muy problemático para un ser humano, según numerosos estudios que desconozco).

Mis hijos no serán unas personas funcionales en la vida y en la sociedad.  Todo por mi culpa.

Y como hay que echar culpas, y eso de «mi culpa» suena a cosa horrible, entonces no es mi culpa, sino la de mis padres, que también, obligadamente, me traumaron de pequeña.  Ellos tienen la culpa de que yo tenga la culpa de que mis hijos estén traumados.

Me imagino a mi mamá a los veintitantos años yéndose a dormir, pensando en todo lo que había hecho mal y en todos los traumas que nos ocasionaba al convivir con nosotros.

El insomnio la atacaba con pensamientos culposos también, «No debí haberle dicho tal… o no debí haber reaccionado así.., si mi Luli es una hija excelente, que todo hace bien, que es tan increíble y que no merecemos» (Ya saben, mis dotes telepáticos).

Y por supuesto que estoy traumada.  Tengo una memoria terrible que me marcó y marcará de por vida.  Una vez, la pequeña e inocente Luli jugaba a la granja, porque la pequeña e inocente Luli tenía tantos tantos muñecos de peluche que podía armar perfectamente una granja:  tenía una vaca enorme y hermosa, tenía un borrego, un conejo, un perro, y no sé cuantos animales más.  Y el orgullo de la pequeña y juguetona Luli era su vaca que daba deliciosos vasos de leche.  ¡Si! ¡Leche Real! (Porque había un refrigerador donde había un cartón de leche, que pequeña Luli tomaba y llenaba en un vaso y luego lo colocaba debajo de la vaca de peluche y así, la vaca daba la leche).

Y cuando la pequeña e inocente e intraumada Luli ordeñó a su vaca por primerva vez, decidió compartirle el fruto de su arduo trabajo con una de las personas que más quería en el mundo:  Su mamá.

«Mamí, acabo de ordeñar a mi vaca y aquí te doy esta deliciosa leche»

«¡¡Guuuuuaaaaccc!! ¡odio la leche!»

T-R-A-U-M-A

¿Es en serio? Pusé toda la granja, fui al pinche refrigerador, saqué la leche, la serví en un vaso, hice como que se la ordeñaba a mi vaca de peluche, te la ofrecí como buena y dadivosa granjera que soy y ¿me la estás rechazando? ¿tanto trabajo para que me digas que «uyyy no me gusta la leche»? (Claro que mi mamá odia la leche, porque la suya la obligaba a tomar leche y al parecer también la traumó con eso).

Les apuesto mi desgastado hígado a que mi mamá esa noche no se durmió pensando en la culpa de: «Hoy rechacé el vaso de leche de la vaca de peluche de mi hija, seguro ya la traumé con ese recuerdo de por vida y la voy a hacer una inadaptada social».

¡Claro que no!

Sin embargo, por alguna siniestra razón o sinapsis en corto circuito, ese recuerdo se me quedó grabado y a la fecha me acuerdo del gran sentiemiento que me dio que mi mamá rechazara ese vaso de leche.  (Psicólogos y terapeutas, siéntanse libres de mandárme sus contactos para profundizar más sobre mis «issues»).

¿A qué iba con todo esto?

Ahh si.  Cada vez que me voy a dormir llena de culpas por todo lo que hice, deje de hacer, dije o deje de decir, me acuerdo de la vaca de peluche y de la leche rechazada.  Y pienso: «seguramente ya los traumé con alguna otra cosa totalmente diferente y «ridícula» de la que no tengo ni idea, y de la que probablemente me enteraré en unos 20 o 30 años».

Lo que me salva de tanta revoltura mental es que en serio los amo con todas mis ganas  (así como mi mamá me ama con todas sus ganas), y todo lo que hacemos a partir del amor tiene que dar buenos frutos, con abolladuras y «traumas», pero frutos que van a saber resolver sus «issues» para seguir adelante y amar y traumar a quien amen de la forma más sana posible.

Cabe aclarar que en mi casa no hay vacas de peluche y sí me gusta la leche.

Por si las moscas.

 

 

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